El viento movía el trigo en oleadas. Guardamos silencio un momento y cerrando los ojos lo escuchábamos hablar.
Las plantaciones de colza inundan de amarillo el paisaje y se abren paso entre el trigo o la cebada.
Después de un buen rato llegamos por fin a nuestro destino: el acueducto. Me encanta esta construcción. Se inauguró en 1790 y hasta 1895 trajo agua hasta Pamplona. Luego dejó de utilizarse porque llegaron nuevas formas de abastecimiento.
El tren pasa por debajo de uno de los arcos.
Esto fue ayer, pero el sábado también hubo tiempo para salir a comer a un chino.
Misteriosamente aparecimos en un castillo custodiado por un dragón que nos quería como merienda.
Tuvimos que sortear las mil y una cadenas que cerraban los portones del castillo.
Atravesar un puente de lava.
Saltar el foso con la agilidad de un gato.
Cruzar a toda pastilla el bosque encantado con cuidado de no encontrarnos con el enano gruñón.
Una vez a salvo, tomar un buen trago de agua y reponer fuerzas.
Hasta pronto.
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