25 agosto 2013

Sentirse bien


En seis días el mes de agosto habrá pasado a mejor vida.  Quedará en nuestra memoria, en un rincón que nos traerá recuerdos de cielos azules, calor, flores, toallas y bañadores tendidos al sol.  Y luego vendrá septiembre, un mes lleno de inicios.  Más que enero, para mí septiembre supone el punto de partida del año.
Pero mientras llega, busquemos cosas bonitas a nuestro alrededor. Como este precioso cielo azul de ayer.  A ratos cubierto de nubes grises y a ratos medio despejado.  ¿No os parece que el azul es más intenso cuando esto ocurre?


Ayer por la tarde salimos a dar un paseo y tomar una cerveza.  El peque había quedado con unos amigos así que teníamos por delante un par de horas. Me encanta pasar al lado de estos macizos de lavanda, parar un momento y meter la cara casi entre ellas  (algún día me picará algún abejorro, lo tengo claro). También me gusta apretar alguna entre los dedos y sentir luego el olor que queda ahí durante un buen rato.


También vimos preciosos agapantos azules.  Siempre pienso que es una flor que da mucho juego en un jardín.  Pueden llegar al metro y medio, y por eso son fantásticos para realizar macizos en diferentes alturas.


Erróneamente pensaba que eran plantas muy delicadas, y después de buscar información, me he dado cuenta de que es todo lo contrario, son muy resistentes a plagas y enfermedades, soportan bien cualquier tipo de suelo siempre que esté bien drenado e incluso aguanta temperaturas de -15º. 


Durante el verano, hay un puesto ambulante de churros en el pueblo.  Normalmente pasamos de largo, pero ayer fue un día de esos que te apetece algo dulce por la tarde, pero algo especial, estoy segura de que me entiendes.  Me parecieron caros ( una docena 4 €), pero puedo decir que estaban absolutamente deliciooooooososs, con abundante azúcar, un auténtico espectáculo para el paladar.  Así que dinero bien invertido.

La temperatura bajó considerablemente, tanto que nos tuvimos que poner la chaqueta, y cuando ya volvíamos para casa, se agradecía el sol en las piernas. (¡Dios mío! ¿puede ser que esté tan blancaaaa?)

Pero esta semana también hubo tiempo para más cosas, como visitar las ferias en un pueblo cercano.  Este año no ganó el "chapapote" como el año pasado, entre otras cosas por que hubiese ido por la ventana; en su lugar diferentes llaveros de esos que dan calambre.
 

También hemos preparado leche merengada.  Bueno, primero intenté hacer helado de leche merengada sin heladera.  Compré todos los ingredientes, incluso preparé fotos del "making-of", pero a pesar de haber sacado el engrudo del congelador cada media hora para darle vueltas, aquello quedó más duro que la piedra y era muy difícil de servir, así que lo trasladé a la bandeja inferior del frigorífico.  Resultado: una especie de granizado, eso sí, estaba riquísimo.  Otro día intenté hacer la leche merengada normal, y en todas las recetas que encontré, le añadían dos o tres claras a punto de nieve justo en el momento de servir.  Pues bien, para mí fue lo peor, la textura quedó grumosa y al minuto de estar en el vaso las claras quedaban arriba. No estaba mal del todo en cuanto a sabor, pero...no entiendo el objetivo de las claras.


Estos días, el peque y yo hemos jugado mucho a un juego de cartas muy divertido que se llama "pumba" no sé si lo conocéis, aunque nuestra versión es un poco más simple, pero igual de emocionante.  Junto al chinchón, son los dos únicos juegos de cartas que me sé.  Por cierto que esa baraja tiene más años que la tos, pero me gusta la "prestancia" que ha ido cogiendo, jajaja... algo que no tienen las barajas nuevas.

Mi labor de punto de cruz sigue a buen ritmo.  Me gusta sentarme a coser un rato después de comer, mientras mi marido da cabezadas en el sofá y el peque está jugando en el ordenador en el silencio más absoluto.  Son buenos momentos para disfrutar, en esa paz del hogar en la que por lo menos durante una hora sabes que todo está en calma y tranquilidad.


Os dejo con mi pequeño pecado de hoy.  Me prometí a mí misma no probarlos, pero crees que voy a poder resistirme a un trocito, solo un trocito de brownie.  Pues no.  Nadie lo sabe, solo vosotras y yo, así que shhhhhh......
Hasta pronto.

20 agosto 2013

Una mañana de agosto

Acabo de ver y ordenar las fotos que he hecho hace unas horas y realmente siento que han captado la esencia del paseo que el peque y yo hemos dado esta mañana.  A veces me pregunto por qué tengo un blog: no soy especialista en nada, ni cocino bien, ni sé coser, ni hacer ganchillo, las plantas se me resisten un poco, y para qué negarlo, más bien soy un poco desastre.  Pero una de las cosas que más me gusta y me hace sentir bien, es recoger en imágenes las cosas cotidianas, nada especial, no estamos rodeados de lujo, simplemente intento atrapar esos momentos y exprimirlos hasta que sale la gota mágica, la esencia de todo. Y por supuesto, compartirlo con vosotras.


Hoy hemos pasado una mañana maravillosa.  Me he levantado a las 8 de la mañana y después de desayunar he salido al jardín a regar las macetas.  El resto del jardín tiene riego automático y no tengo que preocuparme.  A las nueve el peque desayunaba en la cocina, mientras yo acababa de hacer las camas, ordenaba un poco la casa y dejaba preparado el primer plato de hoy.
El cielo estaba azul, no hacía demasiado calor, en resumen, el momento perfecto para salir a andar, desentumecer los músculos, sentir el sol en la piel, las gotas de sudor en la cara, charlar mientras te concentras en el camino.  Pensé que el peque diría que no (en ese caso hubiese ido yo sola), pero me ha dicho que sí, así que he preparado una pequeña mochila con dos botellas de agua, pañuelos, el móvil, las llaves y la cámara, y a eso de las diez y media hemos salido.


Al fondo nuestro objetivo.  Un pequeño pueblo a unos 40 minutos andando.  ¿Qué tiene de especial? Sencillamente una zona de columpios irresistible para los niños, con una tirolina incluida.  Creo que el esfuerzo merece la pena.


En el camino nos hemos encontrado algunas zarzamoras.  Algunas moras estaban maduras, negritas y bien rellenas, aunque al peque no le han sabido muy buenas y las ha escupido enseguida.


Hemos atravesado una zona de pinos en donde el olor era maravilloso.  Hemos parado un momento a la sombra, porque entre otras cosas había una cuesta un tanto pronunciada y yo he llegado con el corazón en la boca.


¡Gracias que hemos encontrado una fuente de agua fresca!  Ha sido como un pequeño oasis en medio del desierto, bueno quizás exagero un poco, pero realmente lo he sentido así.  Nos hemos refrescado las muñecas y la nuca, y después de beber un trago de agua, hemos continuado nuestro camino.


Nuestro objetivo se iba acercando poco a poco.  Ese campo en tonos verdosos nos llamaba la atención.  No sabíamos de qué se trataba exactamente hasta que hemos llegado cerca.  Algún paseante y algún que otro ciclista se cruzaban en nuestro camino.


¿Sabes ahora de qué se trata? Girasoles, efectivamente.  Creo que están a punto de recolectarlos, por eso no están en toda su belleza, aún así, es maravilloso ver el fruto del trabajo de los agricultores.  No recuerdo si fue el año pasado o el anterior, pero en la comarca de Pamplona se perdieron cosechas enteras de girasoles a causa del calor sofocante y la sequía.



Algunos girasoles rebeldes que han ido a nacer en el lado contrario a la plantación.  ¿No es una planta preciosa? Este era un pequeño ramillete que había surgido espontáneamente en un lateral del camino. Os confieso que he hecho un esfuerzo para sacar esta foto porque había varias abejas revoloteando y les tengo pavor, qué le voy a hacer.


Al final llegamos a nuestro destino.  Lo primero que he hecho ha sido sentarme en una zona de mesas bajo unos enormes árboles que daban sombra.   El peque ha salido corriendo hacia la tirolina y allí ha estado un buen rato, arriba y abajo, una y otra vez... ¡Cuánta energía, madre mía!


Me gusta mucho esta zona, hay enormes espacios verdes, casas preciosas, poca gente, naturaleza...  Un remanso de paz en resumen.


En medio del parque hay incluso una original fuente gótica.  Ahí lleva varios siglos, viendo pasar el mundo a su alrededor.  El peque dice, que le contaron, que ahí dentro vive un dragón.  Siempre que venimos me recuerda la misma historia, pero aunque le digo que eso es imposible, por si acaso no se atreve a acercarse a los barrotes.  ¿Quizás debería ponerlo en duda? También me cuenta la historia de un amigo que tiene otro amigo, que un día se subió escalando hasta la punta de la pirámide.. bueno, quizás eso me lo creo menos todavía.


Hay diferentes columpios, aunque creo que la mayoría de ellos ya son demasiado infantiles para él.  Aparte de la tirolina, este otro que daba vueltas le ha gustado mucho también.


No en vano el mes que viene cumple once años, así que entramos en la pre-adolescencia.  Me gusta que disfrute todo lo que pueda de la parte de niño que le queda, porque el tiempo pasa tan rápido que apenas en un abrir y cerrar de ojos, venir a un sitio así será casi como un insulto para él.


Esta especie de tronco-móvil tenía mucha gracia.  Recuerdo cuánto le gustaban este tipo de columpios hasta hace no mucho.


Después de estar una media hora en los columpios, hemos regresado a casa.  Mis piernas parecían piedras, lo cual quiere decir que tengo que tomarme en serio lo de hacer más ejercicio.  Creo que un paseo así todos los días sería estupendo para el cuerpo.  Buscar nuevas rutas y caminos y descubrir otras zonas interesantes de los alrededores va a ser una de mis tareas pendientes en los próximos días.
Así que aquí estoy, después de habernos duchado y con la cabeza más fresca y los músculos cansados aún, revisando las fotos y preparando este post que espero que os haya acercado un poco al bonito paseo que hemos dado esta hermosa mañana de agosto.
Hasta pronto.

16 agosto 2013

Huir del calor

1. Preparar un café con hielo.  Agarrar la taza fresquita entre las manos y sorber mientras notas una pequeña oleada de frío en la cara.  De pronto me vino a la mente una sensación de "día de invierno" y pensé en lo poco que queda para que empiecen las clases, y lo mucho que me gustan los días de vaho en el aliento y narices rojas.  Prefiero el frío, qué le voy a hacer...



2. Un juego de mesa.  En las horas en las que el calor aprieta, lo mejor es quedarse en casa.  La opción más cómoda es apalancarse en el sofá viendo la tele y dejando la mente en blanco, pero si el peque está en casa, me gusta más jugar con él.  En dos o tres años, supongo, solo supongo, que esto será impensable.  Por cierto, acabé en la bancarrota total.


 3. Dibujar.  Últimamente al peque le ha dado por dibujar.  Desde hace unos años siente fascinación por el mundo de Lego. El otro día me dijo que el año que viene van a estrenar una película de ellos (trailer), y que no se la va a perder por nada del mundo.  Últimamente solo pide regalos de Lego, y no son baratos precisamente.  Hace meses que tiene claro cuál quiere para su cumpleaños, y hace meses también ya hemos empezado a ahorrar. 


 
4. Buscar un sendero con río incluido para dar un paseo a primera hora del día.  Esto fue el sábado pasado, y nuestra "primera hora" se convirtió en las 11 pm, así que a los quince minutos ya estábamos sudando como pollos.  Nada mejor que buscar un bar y tomarse una cervecita.  ¡Ahhhhhh  lo mejor del día!
 

 5. Poner a secar mi primera hortensia.  Aunque las sigo viendo un poco escuchimizadas.  A la menor ocasión "cogeré" alguna prestada donde vive mi suegra, porque allí son como balones de fútbol.  Todavía conservo una de hace un par de años.


6. Cenar en el jardín.  Ayer a la hora de la cena, asomé la cabeza fuera, noté que el calor había desaparecido y que el ambiente era más fresco, y decidí sacar los platos, poner dos velas y cenar afuera. Solo dos metros nos separan de la cocina, pero el calor permanece todavía dentro de las casas.  Luego un rato de charla, escuchar los grillos, ver un pájaro que pasa volando cerca, oír unos ladridos lejanos, espantar un bicho que te zumba el oído (solo yo), en fin, sonidos de un verano que poco a poco y sin darnos cuenta se nos va escapando.
Hasta pronto.

13 agosto 2013

Nuestro pequeño vikingo


Es curioso como una cosa sin importancia te lleva a otra y esta a su vez a otra.  Hace unos días cogimos unos libros de manualidades en la biblioteca.


Una de las que más nos llamó la atención fue esta bola de nieve.  Hicimos una hace un par de años, pero sin mucha gracia.  Esta vez decidimos hacerla mejor.  Lo único que no pusimos fue glicerina.  Esta se suele añadir para que la purpurina caiga más lentamente y el efecto sea más bonito.


Un vikingo fortachón nos sirvió como muñequito.  No sé si será muy feliz rodeado de algo tan "femenino" como la purpurina, pero chico, es lo que te ha tocado.  Mejor esto que estar olvidado en el fondo de un cajón.
 

Feliz semana.
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PD. Quiero agradecer a las numerosas seguidoras que últimamente se unen al blog.  Os doy una gran bienvenida.  Tomaré un tiempo para ir visitándo vuestros blogs.  Un beso.

09 agosto 2013

José Luis López: mi ilustrador favorito


En un post de hace un año, os enseñé la colección de cuentos troquelados que todavía conservo de mi infancia.  Los que más me gustaban eran los editados por Editorial Saldaña a principios de los 70, y en especial los dibujados por José Luis López Fernández.  Mi idea era hacerle un pequeño homenaje pero aunque he intentado buscar información sobre este ilustrador tan fantástico, no he encontrado nada.  Este dibujante puso color y emoción a mis años de niña.  Las caras de los personajes eran un absoluto estallido de alegría.  El único cuento que no conservé era precisamente el de la foto: Martita la Colegiala, mi favorito absoluto.  Recuerdo que le pedía a mi madre que me lo leyese una y otra vez, no me cansaba nunca.  Supongo que quedó tan gastado que fue a parar a la basura. Lo he retenido en mi memoria durante casi cuarenta años.


A veces lo busqué en internet, pero solo encontraba ejemplares viejos e incompletos, hasta que hace poco vi en eBay una reedición en formato grande y lo compré. ¡Qué alegría más grande cuando abrí el sobre! Recordaba ese alegre despertar de Martita por la mañana.  De niña pensaba: "¿qué hace durmiendo en el balcón?", jajaja... y ese pie de cama, yo creía que era un cepillo gigante.



Aquí mi recuerdo era: "¡Jo, qué dientes tan blancos!" Yo seguramente tendría los de leche aún...


Me maravillaba el colegio al que iba Martita.  Yo fui a colegio público, y pensaba que las niñas que iban a colegio privado y con uniforme se lo pasaban mucho mejor.  Aunque lo que no me quedaba claro aquí es quién era Martita.  ¿No se supone que era pelirroja y llevaba dos coletas? Y ¿qué hacían esas partituras por el suelo?


Esta imagen de la excursión era como viajar al Tirol.  Quedaron grabadas en mi memoria la niña gordita que intentaba subirse al árbol y el bocata que se zampaba la que estaba a sus pies, y que encima la tía se llevaba el termo y además tenía otro bocata de repuesto al lado.  Luego me fijaba en la niña que tocaba la armónica a la izquierda y me parecía que también se estaba comiendo un bocata, jajaja... 


Todo eran alegrías en este cuento (aunque el que yo tenía no era exactamente igual, había alguna ilustración más).  Al final se celebraba una fiesta de cumpleaños en la que todas las niñas iban perfectamente conjuntadas, zapatos relucientes a juego con el vestido y con los lazos.  Había confetis y gorritos, algo que yo solamente relacionaba con la Navidad, fuera de ese contexto me parecía un exceso (en mi mente de cuatro años, claro).


Este dibujante también realizó las famosas cartas de familias de Fournier de los años 70.  Seguro que más de una tuvistéis esta baraja. Esta es la que yo conservo. 

Lo dicho, un gran dibujante de la época del que no he podido encontrar más información, pero que puso el rostro a la alegría y la ilusión en mi infancia.  Si alguien conoce algo más de él, me encantaría saberlo.

Un abrazo y gracias por estar ahí.
Hasta pronto.

06 agosto 2013

Pintando piedras


Cuando el calor aprieta y las tardes se vuelven más relajadas, es el momento de sacar a pasear la imaginación e idear alguna manualidad entretenida, a ser posible con elementos que ya tengamos en casa.  Nos acordamos de un montón de piedras y conchas que trajimos de la playa estas vacaciones, y junto a las témperas de colores que todavía quedaban del curso escolar, se nos ocurrió darles otro aire.


Extendí unos periódicos en la mesa de la cocina y nos pusimos a pintar.  Fue realmente divertido, ir mezclando los diferentes colores, recordando cómo a partir de los colores primarios se creaban todos los demás. Quizás por mi estado de ánimo más sereno y relajado, los colores que predominaron en mi "trabajo" fueron los tonos pastel.  El peque no se complicó la vida, ¿su estado de ánimo? ¿más inquieto? ¿más enérgico?


A la izquierda las creaciones del peque.  Él trabajó sin tener nada concreto en la mente, pero aún así, salió una especie de hawaiana con cara enfadada.  A la derecha las que hice yo.  Me encantó la textura suave que adquirieron las piedras. El tono de azul me encantó, tanto que una vez seca la piedra, no podía dejar de tocarla.  El verde turquesa tampoco salió mal.


El peque se aburrió antes que yo, y una vez acabó ya se quería marchar.  Le tuve que parar los pies y "recordarle" que había que recoger las cosas.  Una vez que todo estaba en su sitio, aún estuve un rato haciendo fotos a nuestras creaciones.  Tengo una relación difícil con la "flor" de la cámara, esa que enfoca de cerca.  De quince fotos que saqué a mi "monumento", sólo se salvó esta.
Hemos cogido un libro de manualidades en la biblioteca, y ya hemos visto un par de buenas ideas, no demasiado complicadas.  Es la forma de ir pasando esta época de vacaciones escolares y rutina estival.
Hasta pronto.

03 agosto 2013

Tardes de verano


No os descubro nada nuevo si os digo que el calor que estamos teniendo es horriiiiiiible.  Ayer llegamos a los 38º en Pamplona, y la noche anterior no bajamos de los 25º, eso que llaman ahora "noche tropical".  Sería más llevadero si estuviésemos en una playa "idem" con un chiringuito de paja al lado y un simpático camarero sirviéndonos mojitos sin parar... pero, estamos aquí, encajonados entre montañas y a merced de los vientos africanos. Sin embargo, cuando avanzó la tarde ganó el pulso el viento que soplaba del norte, y eso amigas, es para mí la felicidad absoluta.  Imagino desde dónde vendrán esos vientos: Rusia, Finlandia, el Artico, bueno, me da igual, el caso es que los prefiero a los que llegan del Sáhara.  Pero claro, estamos en verano y es lo que toca. En poco tiempo bajamos de los 38º a los 25º, y la noche ha sido fresquita, biennnn.


Estas dos primeras fotos las saqué el día que fuimos a recoger al peque del campamento.  Un pueblo navarro a unos 40' de la capital, rodeado de sierras montañosas, pastos, campos y hermosas vacas que pastaban tranquilamente en medio de la carretera.  Está situado a más de 700 mts. sobre el nivel del mar, por lo que se notó un descenso importante de grados cuando le dejamos, aún así, pasaron calor llegando a los 30º.  Todos los días salían con los monitores al monte a andar, con sus botas, mochilas y cantimploras.  Dice que el año que viene no le importaría repetir en este sitio.  Señal de que ha estado bien.


Una vez en casa hemos vuelto a la normalidad estival.  El peque va a la piscina con algunos amigos de vez en cuando, porque no es muy piscinero; otras veces salimos a hacer algún recado y disfrutamos viendo las flores de los jardines públicos que están en todo su apogeo.


El montaje de Legos es algo habitual, pero si yo participo le gusta más, claro, el problema es que ya no aguanto mucho tiempo sentada en la alfombra.  Aún así conseguimos hacer este coche fúnebre (sí, fúnebre) y nos quedó es-pec-ta-cu-lar.


Comemos más helados y polos.  Tengo pendiente aprender a hacer helado casero sin heladora. El proceso es más largo, pero no imposible, y ahora que tengo más tiempo libre y un mini-chef en casa con los brazos cruzados, creo que habrá que ponerse manos a la obra.


Hoy las temperaturas son mucho más soportables, entre 25 y 27º, así que dar una vuelta por el jardín ha servido para alegrarme un poco la vista.  La adelfa está espectacular.  Cuando la compré en el año 2004 medía apenas 60 cms. y ahora yo calculo que supera los tres metros.


Mis queridas abelias no se quedan atrás.  Durante julio y agosto están increibles.  Cuando empieza a caer la tarde, desprenden un olor maravilloso...


Hoy después de comer, he preparado un par de mojitos, para sr. marido y para mí.  No es ni de lejos lo que quería.  El otro día compramos una botella de mojito que ya viene preparado, al que solo hay que añadir lima y hierbabuena.  Pero no me gusta el sabor.  Tengo que hacerme rápidamente con una botella de ron Habana 7, azúcar moreno y hierbabuena.  Lo del hielo picado puede que sea un capricho, vi una picadora manual de hielo pero valía casi 20 € y encima tenías que darle tú a la manivela, no sé, mejor cojo un martillo y me lío a golpes con el hielo, jajaja...


Y por supuesto, tardes de verano donde el tiempo se desliza más suavemente, donde parece no haber la prisa de otras épocas, aunque nuestras obligaciones sean las mismas.  Por fin he podido hacerme con un ejemplar de El tiempo entre costuras.  A estas alturas ya debería habérmelo leído, pero nunca es tarde. Van a hacer una serie en televisión, y prefiero imaginarlo antes.

Quedan más cosas en el tintero, más recetas, manualidades, paseos, pero todo eso lo iremos desgranando poco a poco, no quiero que os empachéis.
Hasta pronto.

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