En un post anterior os conté cómo se me ocurrió desgranar unas ramas de lavanda que estaban en un jarrón del salón desde hacía un año. Por increible que parezca todavía olían un montón, así que se pensé coser un saquito con una tela que había por casa y que al ser bastante porosa, permitía que el olor se sintiese mejor.
Corté a ojo un rectángulo y lo cosí formando un saquito. También recorté una tira para atarlo.
Ya solo quedaba rellenarlo con la lavanda. Una de sus propiedades, aparte de perfumar, es ayudar a conciliar el sueño. Esta es una de las primeras plantas que aprendió a reconocer el peque. Cuando tenía dos o tres años y salíamos de paseo, arrancábamos alguna que encontrábamos a nuestro paso, y le hacía estrujarla con sus deditos y luego olerlos. Yo le decía: "esto es lavanda", y él cerraba sus ojitos y hacía ¡¡¡¡¡mmmmmmmm....!!!!
El saquito lo he puesto dentro de mi armario, y como no éste no es muy "fotografiable" que digamos, lo puse en una estantería que tengo en el dormitorio para sacarle una foto y viéseis cómo ha quedado. Cuando abro el armario, me gusta cogerlo, ponerlo en mi nariz y aspirar. También hago mmmmmm... y los recuerdos acuden a mi mente. Los olores despiertan nuestro cerebro más que ninguna otra cosa, ¿lo sabíais?. En mi caso, me veo empujando una silleta, en un fresco día de primavera, sin prisas, con el sol brillando en el cielo, y sintiendo la felicidad más absoluta.
Incluso guardo un par de ramitas que el peque arrancó años después para mí, y que permanecen estrujadas entre las hojas de un cuaderno. Me parece una forma maravillosa de "atrapar" un hermoso recuerdo.
Hasta pronto.