Nuestro segundo día en Barcelona comenzó con una rápida visita a la Sagrada Familia. Tantas veces la habiamos visto en fotografías que fue uno de nuestros objetivos principales (con permiso del Camp Nou, jajajaj....). Tengo que decir que me pareció una obra inmensa, pero me desconcertó bastante. Todo el mundo se volvía loco haciendo fotos, pero yo me quedaba de pie quieta, mirando para arriba, disfrutando de ese espectáculo. Me vinieron a la mente esos churros que se hacen en la playa cuando
coges arena mojada en la mano y la dejas caer lentamente formando una
especie de cono... Quizás Gaudí quiso reflejar el mar en su catedral.
El día era gris y plomizo y la luz escasa, así que los helados no eran un reclamo demasiado fuerte. Había unos cuantos puestos de souvenirs por los alrededores. Vi unos pisapapeles de cristal con la Sagrada Familia esculpida (como la que compramos en
Burgos), pero el peque no prestó demasiada atención. No quise insistirle, pero creo que hubiese sido una bonita colección.
Luego cogimos el Metro y nos dirigimos al Parque Tibidabo en el tranvía azul. Fue precioso, ese lento circular, los asientos de madera, las mansiones que íbamos viendo a los lados, y que me recordaban el libro "La sombra del viento".
Cuando esperábamos al funicular, me fijé en las baldosas tipo colmena que había en el suelo. El espacio me recordó al Monte Igueldo de Donosti. Luego fuimos ascendiendo poco a poco hasta llegar al parque. La pena fue que empezó a llover y el viento soplaba bastante.
Primero fuimos a visitar el Museo de los Autómatas, así nos resguardábamos de la lluvia. Estuvimos una media hora muy entretenidos. Hay unos botones que puedes pulsar para que cada creación se ponga en funcionamiento, pero tienes que esperar a que el botón esté en verde para que funcione. Esto lo dedujimos después de dos o tres autómatas.
Aunque había más de 45 minutos de espera, no quisimos irnos sin montarnos en la famosa avioneta de 1928. El peque no hacía más que protestar, que si esto es para niños pequeños, que si vaya mierda, que si cuánto falta, etc... Yo intentaba convencerle de que eso era un clásico, y de que no nos podíamos ir de allí sin probarlo. Al final (y gracias a unas chocolatinas que guardaba en mi bolso) la espera se hizo menos dura. Tuvo que admitir que fue emocionante. El interior del avión es increible, como viajar en el tiempo. Espero que quede en su memoria de niño. Tanto su padre como yo, guardamos un lejano recuerdo de lo que era el Tibidabo.
Una comida en un famoso restaurante chino a orillas del mar nos hizo reponer fuerzas y emprender un paseo por una parte del puerto olímpico.
El atardecer iba poco a poco abriéndose paso, y una especie de pez sin cabeza de metal, se tornó dorado por unos momentos.
Edificios modernos y un viento que se colaba por dentro de la ropa. Nuestro objetivo en ese momento era encontrar un lugar agradable para tomar una copa. Encontramos uno en el que las estufas de verano estaban a pleno rendimiento. Esa sensación de frío/calor no deja de ser agradable ¿verdad?
El peque empezaba a aburrirse, así que terminamos nuestra copa, y fuimos a dar un pequeño paseo. Es emocionante ver el Mediterráneo cuando vives a tantos kilómetros de él.
Pasamos por un puente lleno de candados. Parece que hace años que se ha puesto de moda sellar el amor de las parejas con esto. Me da la impresión de que en un 99 % se trata de parejitas de jóvenes enamorados que piensan que esto del amor se sella con un candado amarrado a un puente. La vida en pareja no es fácil, hay que coincidir en un proyecto de vida en común, y encontrar un equilibrio que haga que ese proyecto no se desmorone a la primera de cambio.
La última foto que tomé de nuestra visita al Paseo Olímpico fue ésta, cuando el sol prácticamente se había ido a dormir. Desde que tengo uso de razón me encanta mirar las ventanas encendidas. Imagino quién vivirá allí, si son oficinas o apartamentos, si quien está dentro de esa luz está preparando la cena, viendo la televisión o preparando un importante informe para su jefe. No sé por qué , siempre imagino vidas más interesantes que la mía, elegantes, con un toque de sofisticación. Pero cuando hago balance y miro a mi alrededor, me siento feliz y agradecida por haber podido disfrutar de cosas tan sencillas pero tan intensas, ganadas con nuestro esfuerzo y trabajo, siendo personas honradas, que se merecen cada euro que ganan por méritos propios, no como toda esta gentuza que está saliendo a la luz en estos días.
Feliz fin de semana.
Un fuerte abrazo.