Algunas fotos de días atrás en la memoria de mi cámara, me recuerdan que el verano estaba dando los últimos coletazos, aunque según he oído, tendremos un otoño bastante cálido.
Es curioso que el mes de septiembre siempre me pareció insípido y aburrido. Pero creo que eso fue hasta que mi hijo vino a nacer en este preciso mes, y eso resultó ser una especie de revulsivo, que transformó ese sentimiento en algo más profundo que hace emerger en mí, año tras año, la mi esencia de la vida. Me da por añorar épocas pasadas, como si fuese una ancianita que en los últimos años de su vida, repasa los álbumes fotográficos una y otra vez, como si con un poco de esfuerzo fuese a viajar en el tiempo reencontrándose con el pasado.
Así que de vuelta a la realidad, me topo de bruces con el inicio del curso escolar, con la compra de materiales, el ajuste de horarios, el intento de ajuste de horarios, el disfrute del colorido de las últimas flores, el frío de un té con hielo en la boca, mi nuevo jabón de Marsella, mi último amante llamado Pinterest (lo siento, es el culpable de mis largos momentos tediosos en la red) y mis sesiones de sofá viendo los documentales de la 2 titulados "Las islas más salvajes". Estoy totalmente enganchada. El peque sale de casa a las 7:25 h, así que cuando la puerta se cierra, me encuentro sola en la cocina, con el día amaneciendo y una duda existencial sobre qué hacer. ¿Vuelvo a la cama? ¿Paso el aspirador? ¿Preparo unos garbanzos para comer? ¿Salgo al jardín a podar mis abelias? La respuesta a todas esas preguntas es NO. Así que me tiro siento en el sofá y mando en mano comienzo a pasar los canales de televisión hasta que entre toda esa jungla solo unos documentales que emite la 2 a esa hora titulados "Las islas más salvajes" consiguen atrapar mi atención. Os dejo la libertad de pensar que soy una frikie, pero el martes vi el dedicado a la Isla de Vancouver, en el que el eje central era la vida del salmón, y reconozco que se me saltaron las lágrimas cuando los pobres salmones recorrían en sentido inverso el curso del río, buscando desesperadamente el lugar exacto en el que fueron a nacer. Impresionante la vida de estos peces. Una lucha constante, desde que nacen hasta que mueren.
Quizás una increible metáfora de la vida que nos toca vivir.
Un abrazo.