Desde que era niña me ha gustado el último día de octubre. Hoy en día se nos cuelan calabazas y calaveras anglosajonas y es difícil sustraerse a eso cuando tienes niños en casa, pero en mi infancia, ese día era para mí la víspera de ir con mi madre al cementerio y eso era todo un acontecimiento. Recuerdo ir con ella de la mano, y siempre llovía. Mis botas katiuskas (cachuscas las llamábamos) casi formaban parte de mis pies en aquellos años. Recuerdo cielos plomizos, barro en el suelo y el sonido de los neumáticos en el asfalto mojado. Y el tacto escalofriante de las piedras enmohecidas, tan bellas. Recuerdo a mi madre pidiéndome silencio. Pero no recuerdo flores ni sonrisas. Seguro que eran momentos tristes para ella. Ahora soy yo la que va con mi peque de la mano un par de veces al año (como aquí), aunque no suelen coincidir con Todos los Santos. Nunca me ha gustado ir en masa a los sitios, prefiero la soledad de un día entre semana. No me importa si el cielo está gris o luce el sol. Mis recuerdos siempre me acompañan y volver allí es un poco como regresar a la infancia. Quizás por eso disfrute yendo, es como si mi madre fuese a aparecer en cualquier esquina, cogiéndome de la mano otra vez y pidiéndome silencio.
Feliz fin de semana amigas.
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