¡Ay, qué me gusta a mí una plastilina! Me encanta manosear la pasta, hasta que se va quedando blandita y entonces pones en marcha la imaginación para hacer esto o lo otro. Cuando el niño era más pequeño las cosas que modelaba eran más toscas, sin demasiado detalle, cosa que es normal. Pero es curioso cómo con el paso de los años, la puntería se afina y podemos construir incluso una tienda de chuches con su cartel y todo...
No creáis que es una tontería, hay que darle mucho al coco para no repetir, y aún así nuestra oferta tampoco era muy extensa. Aunque las oreo nos quedaron divinas de la muerte ¿eh?
Con la muerte de Miliki hace pocos días, recordé que había por casa unos discos del año de la polka. Conservo un tocadiscos que me compré con mi primer sueldo y que todavía funciona. Entre la gallina turuleca (a mi edad me entero de que no era turuleta, ¿tú te crees?), el ratón de Susanita, feliz feliz en tu día, y demás, estuvimos un rato entretenidos. Sinceramente creo que se ha ido una gran persona.
En cuanto al libro que me estaba leyendo, era este que véis de mi paisano Mikel Alvira. Me hablaron bien de uno anterior titulado "El silencio de las hayas", pero no estaba disponible en la biblioteca, así que cogí este. Lo acabé ayer. Es una lectura fácil, con dos historias que se entremezclan en el tiempo con 70 años de diferencia. Me chirrían un poco los diálogos, me resultan algo artificiales, pero la prosa es bonita, se deja leer.
Espero que paséis un estupendo fin de semana. Nosotros empezaremos a sacar cositas de Navidad, para ir preparándolo todo con calma.
Hasta pronto.