Como ya os adelanté en la entrada anterior, nos tomamos una semana de descanso y decidimos pasarla en la playa. Fueron muchos kilómetros hasta allí, pero mereció la pena. Las temperaturas mínimas no bajaban de diecisiete grados y por el día llegábamos a los veinticinco. Es cierto que en la playa sentías algo de fresco si soplaba el viento, y el agua del mar estaba bastante fría. Por la mañana me gustaba dar un paseo por la orilla, luego jugábamos al bádminton, y aunque somos un poco novatos es bastante divertido. A eso de las once empezaba a llegar algo de gente, pero lo que se dice cuatro gatos, jajajaj... nada que ver con el verano. No me bañé demasiadas veces, realmente costaba meterse en el agua. Un día vimos la luna llena, y aunque me empeñé en fotografiar su reflejo en el mar, las fotos que salieron fueron horribles. Alguna tarde bajamos a la piscina y era fantástico tenerla para ti sola. El fin de semana la zona del puerto se llenó de color y de gente joven que salía de marcha.
Ahora ya estamos de vuelta, toca guardar la ropa de verano que faltaba hasta el año que viene, y sacar los jerseys y abrigos gordos, lástima...
Hasta pronto.