Verdes que se mezclan con rojos, ocres, dorados y amarillos... ¿no es una inyección de alegría para los sentidos? El sol todavía calienta cuando le ayuda el viento sur, como hoy, pero tenemos los abrigos a mano, colgando en sus perchas por si acaso. Nuevas energías que siento renacer en mí, me incitan a limpiar la casa, a tirar cosas inservibles, a quitar el polvo en aquellos lugares inverosímiles, como la colección heredada de soldaditos de plomos de sr. marido... (uno de los oficiales de infantería de Alfonso XIII perdió la bonita pluma que coronaba su tocado al quedar adherido misteriosamente al plumero que enérgicamente daba vueltas sobre su cabeza). Pero dejando al margen estos pequeños contratiempos, puedo decir que empiezo a disfrutar de mi estación favorita del año. Quedé a comer con una vieja amiga y además de ponernos al día de nuestras cosas, estuvimos añorando recordando los años en que no habíamos cumplido los veinte, y la vida parecía que sería siempre así. Seguro que en aquella época no hubiésemos disfrutado tanto de nuestros crujientes de berenjena y queso brie, y de un tataki de atún prácticamente perfecto, con un Príncipe de Viana rosado del año, normalito, pero que nos dio ganas de continuar nuestra comida con un gin-tonic y el sol dándonos en la cara sentaditas en una terraza... pero nuestras respectivas obligaciones hicieron que nos despidiésemos antes de lo deseado, con la promesa de repetir otro día, "aunque con más tiempo".
Hoy disfruté también, con algo de comida tailandesa, yendo a tomar a media tarde una cerveza ecológica con sr. marido mientras charlábamos con el peque de su disfraz de Halloween y de la decoración de la entrada de casa para cuando vengan a pedir caramelos. ¡Me encanta esta época del año!
Creo que este otoño no va a estar nada mal.
Un abrazo.