Un día cualquiera del mes de noviembre, encontramos la misma estampa: alfombras de hojas que van cayendo, colores que tornan en rojizos y ocres, frío matutino que entumece las mejillas y hace llorar los ojos, y una admiración que no cesa ante estos cambios, casi a tiempo real, que se muestran ante nosotros. Los castañeros ya se apostaron en las esquinas de siempre, haciendo que el aire huela a otoño. Hasta un plato de arroz caliente nos sumerge en esta atmósfera cálida. Me gusta el otoño, para qué voy a negarlo.
Y para rematar este ambiente otoñal y de tardes oscuras, el domingo elegí al película Frankenstein de Guillermo del Toro, y solo puedo decir que me fascinó, fue una buena compañera de manta y sofá como suele decirse. Nunca imaginé sentir tanta empatía por un personaje de ficción tan horrible como siempre nos lo presentaron. Una parte de la película se narra desde su visión: él solo se defiende ante los ataques de los que lo ven como a un monstruo, cuando él tan solo busca parecerse a un ser humano, que es lo que intentó hacer su creador. En fin, esto daría para un buen debate filosófico.
Hasta la próxima
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