






¡Qué gusto que las temperaturas están descendiendo un poco! Aunque todavía hay hueco para ponerse las sandalias en un fin de semana soleado y caluroso como el que tuvimos. Aquí pasamos de las sandalias a las botas, directamente, sin anestesia, por eso mis pies siempre se resisten al cambio. Mis botas todavía están guardadas en sus cajas, y aún esperaré unos días en sacarlas. Nuestra celebración del domingo fue estupenda, aunque nos supo a poco. Nos reunimos un montón de primos de mi rama paterna en el pueblo de mi padre, menos alguno que vive lejos o muy lejos. Aunque solemos ir dos o tres veces al año, es como volver a una parte de mis raíces. Pero me da pena ver algunas casas casi abandonadas, que año tras año van empeorando, como si la gente ya no quisiera vivir en los pueblos. Mi tío dice que la gente joven no quiere saber nada de la agricultura, así que este abandono llega también a los fértiles terrenos de una tierra única y maravillosa. El domingo acabó con un paseo por un precioso parque y el lunes volvimos a la vida cotidiana, con los madrugones, la limpieza de la casa, las lavadoras y la preparación de la comida. Y en estos momentos estoy sumergida en la organización de una merienda de cumpleaños en casa para seis chavales este viernes, y tengo una tranquilidad en el cuerpo que no es normal, jajaj... Bueno amigas, os dejo, que tengo que coger papel y lápiz y seguir con mi lista.
Un abrazo amigas. Gracias por estar siempre ahí.